A algunas vidas les pasa como a los cuadros de gran formato, que hay que mirarlos con cierta distancia para apreciar en su justa medida toda la grandiosidad que atesoran. Algo así sucedió en su tiempo con la vida política de Adolfo Suárez. Le dio el tiempo justo para pilotar magistralmente la Transición porque enseguida cayó devorado por las intrigas de los suyos y de los que no eran suyos. En pocos meses se quedó tan sólo que la única salida que encontró fue una dimisión precipitada que abrió el camino a un PSOE para el que el carismático Suárez era un problema. Hoy, con la perspectiva del tiempo, todos valoran la grandeza política de un hombre al que califican como “providencial”, “hombre de Estado”, “demócrata convencido” y todo eso fue Suárez, es verdad. Ahora que su vida se apaga definitivamente es bueno y hasta conveniente volver la vista atrás para extraer de ese pasado reciente y de la actuación de personajes grandes como Suárez, lecciones para este presente convulso que nos ha tocado vivir. Porque de nada serviría ensalzar las virtudes de Suárez y su compromiso con una España próspera, democrática y unida en su diversidad, si en la actualidad seguimos enfrascados en la mediocridad, en el regate corto y mirándonos al ombligo. De nada servirá el trabajo y el “sacrificio” político de Suárez mientras algunos sigan empeñados en revivir los horrores de una Guerra Civil que hace setenta y cinco años que terminó, o mientras otros se empeñen en desmembrar a España con aldeanas pretensiones y ayunos de esa grandeza de miras que adornaba a Suárez y a otros como él.
El historiador Javier Tusell en una obra casi póstuma, “Dictadura franquista y democracia 1939-2004”, hace una especie de prelación entre los protagonistas individuales de la transición. Valora muy positivamente la figura del Rey de quien dice que le “tocó desatar el nudo gordiano de la situación política a fines de 1975 mediante dos nombramientos decisivos – el de Fernández Miranda como presidente de las Cortes y el de Suárez como presidente del Gobierno-, por ello concluye que el primer protagonista de la transición fue el rey Juan Carlos, “aunque ni remotamente pueda afirmarse que la hizo él” apostilla Tusell, seguido por Adolfo Suárez, que ocuparía el segundo lugar, y a continuación le otorga el tercer puesto a Carrillo. Al margen de esos protagonistas compara el desarrollo de la transición con una especie de carrera de galgos en la que sucesivamente van retirándose algunos de los participantes cuando su momento ya ha pasado. Quizá cuando dimitió él creyó que su momento había pasado, pero aún le quedaba una prueba de fuego justo cuando se estaba votando en el Congreso a su sucesor, a Calvo Sotelo. Muchos pensamos que su dignidad durante el 23-F salvó la dignidad del pueblo español en un momento en el que la democracia en nuestro país se vio seriamente comprometida. Aunque el rey no le hubiese concedido un ducado y la dignidad de “grande de España” todos sabemos que estamos despidiendo a un grande de España. Ojalá la lección de vida de Suárez les sirva a algunos de los que hoy parecen haber olvidado aquéllos tiempos grandes y recios.
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