Ahora que la primavera se ha abierto paso de forma rotunda y se acerca un nuevo Domingo de Ramos, me apetece dejar por escrito un puñado de sentimientos, en relación a mi hermandad del Prendimiento. Que conste que la llamo “mía” sin ningún afán de posesión, pero sí con la convicción íntima de que un poco sí me pertenece. Quizá porque desde hace muchos años ya, el Domingo de Ramos ha tenido, y tiene, una especial significación en mi familia gracias a esa hermandad del barrio de Los Ángeles. Y digo mía, sabiendo que no soy el mejor de los cofrades; no soy el que más ha vestido la túnica; no soy el que más ha asistido a los cultos. Se puede decir que soy un hermano “fijo discontinuo”, porque sin ser el primero ni el mejor, siempre he estado cuando se me ha llamado y, llamadme egoísta, cuando he necesitado yo de Ellos. Llegué al mundo cofradiero de la mano de la Hermandad del Prendimiento. Allí me acogieron como a uno más, como acogen a todo el que quiere acercarse a Jesús Cautivo y a su Madre de la Salud. Después llegaron otras hermandades a las que quiero y guardo devoción, pero eso fue después, porque el Prendimiento para mí es como ese amor primero, el que no se olvida.

Cuando uno cumple cincuenta años ya se puede decir que tiene un bagaje lo suficientemente amplio como para echar la vista atrás y tener algo que recordar. Se tiene la sensación, al menos yo, de que empiezas a jugar la segunda parte del partido y es inevitable que te vengan a la mente momentos de tu vida, unos felices y otros no tanto. Y desde luego los que tienen que ver con esta hermandad son de los más felices, sobre todo cuando a medida que mis hijos nacían se incorporaban a la vida de la misma. Primero como nazarenitos en el coche empujado por mi mujer, artífice de todo, después ya de mayores con sus cestitas o como acólitos, o en cualquier otro cometido que la hermandad les encargue. Y así seguimos cada Domingo de Ramos desde hace ya muchos. Quedan para mí esos momentos cuando, vestidos con túnicas hechas por mi madre, nos adentrábamos los cuatro por las calles del barrio camino  de la parroquia, para iniciar la procesión.

Otro de los momentos más importantes de mi vida cofrade llegó cuando se me ofreció la posibilidad de ser el primer pregonero de la hermandad, con motivo de los diez años de su fundación. Aún hoy estoy agradecido a la entonces hermana mayor, Adela Plaza, por tan generoso ofrecimiento. Fue el 7 de marzo de 2009 en el salón de actos del colegio San José y recuerdo que lo centré en la figura de Judas, debido a que nuestro paso de misterio representa el momento inmediatamente posterior al beso que le dio a Jesús para delatarlo; ese beso que ya para siempre es sinónimo de traición. Y es que, por desgracia, la traición es consustancial al género humano, todos la hemos padecido en mayor o menor medida y Jesús, como hombre, no iba a ser menos. Pero Él no tuvo una mala palabra hacia Judas. Parece imposible, pero lo seguía amando, y ni siquiera entonces, cuando éste había consumado su traición salió de los labios divinos el más mínimo reproche. Todo estaba así previsto por el Padre. Perdonar, a imitación de Jesús, es lo que nos hace grandes. Por eso el próximo Domingo de Ramos, que ya casi se toca con la mano, volveré a buscar la mirada de Jesús Cautivo cuando mi hermandad tiña de blanco y azul “Francia” las calles de Ciudad Real. Él irá en el centro de la fila de hermanos, seguido por su Madre. Esos hermanos, que con su túnica de sarga blanca, porque blanco fue el vestido de mofa que le pusieron al Hijo del Hombre, hacen que las calles por las que pasa el cortejo procesional sean, como en el poema de Jorge Guillén: “prodigio, virtud de lo blanco en el aire”. Porque los cristianos vivimos entre prodigios. No hay instante sin milagro. Ver caminar por las calles de Ciudad Real a nuestro Cautivo es un hermoso milagro que se produce cada año.

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Written by Miguel Angel Rodríguez
He sido muchas cosas, ahora solo un ciudadano de a pie que expresa su opinión sobre los asuntos de su interés, que son variados. Si no os gusta lo que leéis podéis seguir circulando. Sin acritud. Per aspera ad astra.