Leo que el PSOE de Pedro Sánchez ha expulsado de sus filas a un histórico militante como es Joaquín Leguina. Y que no ha expulsado, pero no por falta de ganas, a otro no menos histórico como Nicolás Redondo. Más allá de las faltas atribuidas a uno u otro lo cierto y verdad es que el partido ya los había expulsado, de facto, hace tiempo. En el PSOE ya no los consideraban de los “suyos”, básicamente porque tienen una forma de pensar que no coincide con la del líder. Sin conocerlos intuyo que son personas que dada su trayectoria se podían permitir expresar opiniones que no gustaban en la cúpula. Y como va contando el “oficialismo”, lo de que apoyaron públicamente a Díaz Ayuso es solo la excusa. Quién sabe si ya muchos meses antes empezaron por hacerles el vacío. Por no invitarlos a los actos del partido, por no sacarlos en las fotos oficiales de los actos a los que iban, e incluso por retirarles el apoyo moral o incluso social, porque se considera que sus opiniones o sus aspiraciones dentro del partido, en caso de tenerlas, son inadmisibles y hasta se les atribuyen comentarios o comportamientos contrarios a la ortodoxia del partido, independientemente de la veracidad o no de estos. Eso es lo de menos. Es lo que se ha venido en llamar “cultura de la cancelación”. Se trata de aislar a esas personas que contravienen los designios del líder de turno. A ello se aprestan raudos los jornaleros del líder que, en su mayoría, reciben ese jornal por idolatrarlo, temerosos de que se acabe la bicoca. Curiosamente esos jornaleros, asesores o como se les quiera llamar, suelen mirar por encima del hombro y creerse superiores a otros miembros de la organización con muchos más servicios prestados y más exitosos, solo porque ellos consideran que éstos no son suficientemente adeptos, no al partido, sino al líder. Cosas de la vida.

No sé si aplicar el término cultura de la cancelación, relativamente reciente y con partidarios y detractores, es correcto en este caso o no, pero lo cierto y verdad es que el aislamiento y la desaparición social de los disidentes en cualquier organización o sociedad, es habitual en la historia. Ya en la antigüedad, en las ciudades-estado de Atenas se condenaba al ostracismo a determinados sujetos. El ostracismo era un “retiro forzoso” decretado por los ciudadanos reunidos en Asamblea y conllevaba un exilio de diez años. En Roma la pena llegaba más lejos y te podían condenar a no haber existido nunca. La “Damnatio memoriae” consistía en condenar al olvido a una persona y a quien era condenado al olvido se le eliminaba de todo elemento por el que pudiera ser recordado. Escritos, documentos o incluso grabados y esculturas, a las que se llegaba a decapitar o deformar para que no quedara rastro de la persona. También existía la muerte civil, la “abolitio nominis”, que prohibía que el nombre del condenado pasara a sus hijos y herederos. O sea que los partidos políticos y otras organizaciones no han hecho nada que no estuviese inventado ya.

Corriendo el tiempo las prácticas empezaron a ser menos sutiles y poéticas.  Ya en el siglo XX los «enemigos del pueblo soviético», que es lo mismo que decir los enemigos reales o inventados de Stalin, morían dos veces: una al ser fusilados o enviados al gulag, y otra al desaparecer de las imágenes oficiales por el arte de magia de la manipulación fotográfica. El caso más extremo es el de alguna fotografía oficial de Stalin con otras cuatro personas. Esos acompañantes van desapareciendo en sucesivas copias fotográficas hasta que solo queda Stalin. Tal cual.

Llegados a este punto creo que lo mejor es dejarlo aquí y no seguir poniendo ejemplos más cercanos de cultura de la cancelación, ostracismo y muerte civil en determinadas organizaciones y a determinados miembros. Ejemplos hay. No sé Leguina y Redondo, no puedo hablar por ellos, pero yo siempre he tenido claro el principio de jerarquía y también que la responsabilidad no se comparte, es del líder. Es quien toma las decisiones y se deben acatar, lo que ocurre es que el líder que no escucha las opiniones de todos los miembros, aunque le caigan antipáticos, no suele ser buen líder. Opino que escuchar opiniones, aunque sean discrepantes, hace que el líder sea mejor líder y que pueda tomar sus decisiones con muchos más elementos de juicio. Lo contrario suele llevar al fracaso.

A Pedro Sánchez las opiniones de Leguina y de Redondo no le interesan. Él ya sabe lo que tiene que hacer y si no ahí están BILDU, Esquerra y el resto de la banda para recodárselo.

 

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Written by Miguel Angel Rodríguez
He sido muchas cosas, ahora solo un ciudadano de a pie que expresa su opinión sobre los asuntos de su interés, que son variados. Si no os gusta lo que leéis podéis seguir circulando. Sin acritud. Per aspera ad astra.