A finales del mes de abril, pero de 1502, tuvo lugar la batalla de Ceriñola, ganada para España por el Gran Capitán. Las discrepancias fronterizas entre franceses y españoles tras la repartición del reino de Nápoles, motivaron la invasión francesa del mismo en 1502. Tras varias escaramuzas y repliegues tácticos, el ejército español llegó a la pequeña villa de Ceriñola, en la Apulia italiana, con tiempo suficiente para preparar su defensa ante la inminente llegada del ejército francés. El Gran Capitán, ordenó cavar un foso y con la tierra extraída levantar un parapeto sobre el que se clavaron afiladas estacas, lo que le permitió situar a sus tropas en una posición fortificada en un enclave elevado, como era el de la villa de Ceriñola. El 28 de abril de 1503 se presentó el ejército francés al mando de Luis de Armagnac, conde de Guisa. Contaba con 1.000 hombres de armas (caballeros con armaduras), 2.000 jinetes, 6.000 infantes, 2.000 piqueros y 28 cañones. Gonzalo Fernández de Córdoba alineaba a 600 hombres de armas, 5.000 infantes, 2.000 mercenarios alemanes y 18 cañones, lo que daba una superioridad en caballería y en artillería a los franceses, que se las prometieron muy felices.
Sin embargo, el Gran Capitán estaba a punto de revolucionar el arte de la guerra para siempre, con una rapidez sorprendente para la época pues en apenas una hora de combate, la batalla quedó decidida. A medida que la carga francesa se acercaba a las posiciones españolas, éstos cayeron bajo el fuego de los arcabuceros españoles, incluyendo al conde de Guisa que murió allí mismo. Los españoles se quedaron sin artillería porque toda la pólvora de los cañones explotó accidentalmente, a lo que el Gran Capitán arengó: «Ánimo! ¡Estas son las luminarias de la victoria! ¡En campo fortificado no necesitamos cañones! Cuando los franceses estaban ya demasiado cerca de la posición española, El Gran Capitán ordenó cambiar a los arcabuceros por los piqueros alemanes, que terminaron de rechazar, frescos como estaban, a los diezmados y confusos franceses, que se retiraron perseguidos por la caballería española, rodeándolos y obligándoles a rendirse. La importancia de la infantería, en especial de los arcabuceros, y la fortificación y elección del terreno, pasaron a ser el pilar de cualquier victoria futura, sembrando las bases de la guerra moderna, en las que pequeñas unidades móviles e independientes, aventajaban a los grandes ejércitos agrupados en bloques demasiado numerosos, y que en esencia dieron lugar al concepto de los Tercios españoles, compuestos en tres partes por arcabuceros, rodeleros (infantería ligera armados con espada y rodela) y piqueros.
Fuente: Revista de Historia
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