“Yo me rebelo, luego somos”, clamaba Albert Camus en uno de sus ensayos más celebrados, “El hombre rebelde”. Allí desarrolla la idea de que en nuestra sociedad contemporánea el motor del cambio no es la revolución, sino la rebelión individual. La rebelión de aquel que es capaz de decir no cuando intentan imponerle algo injusto o con lo que no está de acuerdo. El libro se escribió en 1951, cuando Europa aún estaba cicatrizando las heridas provocadas por las ideologías totalitarias, pero en todos los periodos históricos ha existido la rebeldía individual. La rebeldía del perdedor que no se resigna a serlo, la rebeldía del que se encuentra en el bando de los “nadie” y quiere salir de allí. La revuelta de los esclavos liderados por Espartaco buscaba también esa libertad, contrapuesta a la humillante condición servil que ostentaban, y en la historia de España también hay cientos de ejemplos de rebeldía. La historia está hecha y tejida con la vida de personas que se movían por sus sueños y por sus temores. Lo que ocurre es que la rebeldía tiene un precio y no todo el mundo está dispuesto a pagarlo.
Sirva esta introducción para referirme a decisiones legislativas del Gobierno de Pedro Sánchez que están generando incertidumbre y tensión entre la ciudadanía. Decisiones como la aprobación de la llamada ley del “solo si es si”, o la reforma del Código Penal para la derogación del delito de sedición están provocando un divorcio entre el Gobierno y los ciudadanos, que asistimos atónitos a una serie de decisiones que poco tienen que ver con la búsqueda del interés general, más bien al contrario, lo que buscan es la consecución del interés particular de Pedro Sánchez, que no es otro que mantenerse el sillón de La Moncloa por más tiempo. Frente a estas decisiones se alzan las voces de algunos “barones” del PSOE como Emiliano García-Page. Lo que ocurre es que solo alzan la voz en los medios de comunicación o en discursos llenos de soflamas en defensa de la Constitución y del Estado de Derecho.
Desde el Partido Popular reclamamos a esos dirigentes socialistas, que dicen escandalizarse por las decisiones del Gobierno central, que pasen de las palabras a los hechos: Que García Page ordene a los diputados nacionales del PSOE elegidos por las circunscripciones de Castilla-La Mancha que voten en contra de esas medidas. Pero no lo hará. Sabe que ser rebelde tiene un precio político que no está dispuesto a pagar. Por lo tanto, ese hombre rebelde de Castilla-La Mancha mansea frente al líder y en privado y para los que le quieren escuchar entona un humillante “me rebelo, pero poco”.
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