Cualquiera que tiene un cargo de responsabilidad necesita asesoramiento para llevar a cabo sus actuaciones, porque un político no puede saber de todo. A no ser que esté muy pagado de sí mismo y se considere infalible, y por ello no necesitado de consejos y asesores. También ocurre en política que algunos cargos públicos quieren superar a sus antecesores y mejorar las cosas que los otros hicieron. Si además, el político de antaño es de distinto signo político que el de hogaño, las situaciones que se dan pueden llegar a parecer un sainete. Un sainete con los vecinos, en este caso de Ciudad Real, de involuntarios espectadores, ya que el intento de mejorar la ciudad que te ha tocado gobernar no puede ser a costa de tirar por tierra todas las cosas que hicieron los anteriores. Porque esto de los asesores y de intentar superar al antecesor es muy viejo. Si alguno de ustedes ha paseado por la plaza de Oriente de Madrid habrá reparado en la magnífica estatua ecuestre de Felipe IV, situada en el centro de la plaza. Fue el propio monarca el que manifestó su deseo de que la obra que le retratase, superara en calidad artística e impacto visual a la de su padre, Felipe III, sita en la cercana Plaza Mayor. Se cuenta que la escultura requirió el asesoramiento físico-matemático de Galileo ya que, hasta entonces, ningún caballo en escultura se había sujetado sólo sobre las dos patas traseras. Viene esta introducción a cuento porque debido a esos delirios megalómanos, en su afán de superar a su padre y en su predilección por lo desmedido, a este rey se le llamaba “el Grande”. Sucedió que, durante su reinado se perdió Portugal, y tras la pérdida, el duque de Medinaceli en su afán por agradar a su señor, al que por algo llamaban “El Grande”, le dijo: “A Su Majestad le pasa como a los hoyos, que cuanta más tierra pierden, más grandes son”. Pero el asesor, en este caso Medinaceli, no le hizo un favor a su señor. Fue un mal asesor porque a la vista estaba que el otrora poderoso Imperio Español forjado desde los Reyes Católicos, con el impulso posterior de su nieto el Rey-Emperador Carlos I, empezaba a hacer aguas. Perdía tierras y perdía posesiones pero ese hoyo no hacía al Rey más grande, sino más pequeño.
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