Me pongo a escribir este artículo sin conocer todavía el resultado del “aquelarre” socialista celebrado en Ferraz el domingo. No sé si habrá ganado el “no es no”, el si es sí, o la abstención es abstención. Todo parece indicar que será lo tercero. El carajal que tiene montado el PSOE es de vergüenza ajena y en buena medida es la consecuencia de la mediocridad y de la radicalización de sus líderes de un tiempo a esta parte. Pero que nadie se confunda. Si por fin el próximo domingo Rajoy es investido presidente lo será, no porque la lucidez haya triunfado en el PSOE, sino porque han hecho cálculos electorales y saben que unas terceras elecciones darían con ellos en la lona. Los resultados serían tan catastróficos que prefirieron cargarse al secretario general que les llevaba derechos al abismo de Helm. El PSOE, desde la aciaga época de Zapatero, se ha dedicado a enturbiar, a sembrar discordia y crear enfrentamientos que han dado lugar al surgimiento de partidos radicales como PODEMOS, con un oscuro deje totalitario que a duras penas pueden disimular. PODEMOS es una consecuencia de un mal PSOE. Un fruto de esa semilla del odio sembrada por el impresentable de Zapatero y que participa en el sistema cuando le va bien y cuando no, saca a su gente a la calle a insultar y a coaccionar. Felipe González, que no es santo de mi devoción, se quedó hace unos días sin poder participar en una conferencia porque los cachorros de PODEMOS se lo impidieron. Su amado líder Pablo Iglesias niega que fuera su gente, pero todo esto recuerda demasiado a la famosa anécdota contada por Fernando Vizcaíno Casas en su libro “La España de la posguerra” (1939-1953).
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