En alguna ocasión he escrito en este espacio del llamado síndrome del foso de la orquesta. Viene a cuento recordarlo en estos momentos, porque lo que está pasando en la actualidad tiene más que ver con el espectáculo que con las ideas y los programas. Este síndrome se explica con una escena muy gráfica: Un político sube a un escenario. Explica todas las medidas que ha tomado para solventar una papeleta muy difícil. Además desglosa de manera brillante y efectiva un programa de gobierno completo y necesario. Añade ejemplos emotivos, arranca el aplauso del público varias veces y cuando ha terminado se baja entre exclamaciones de satisfacción del respetable, que ya nota en sus bolsillos esas medidas de recuperación de las que se han hablado en el escenario. Sale después un segundo político. En el tramo de escaleras que lo separa del atril, tropieza y cae al foso de la orquesta. ¿Cuál de los dos saldrá en las portadas y acaparará los titulares de la mañana siguiente? Pues algo así pasa en España. Parece que en estos momentos gana más adeptos y acapara más portadas el que hace la propuesta más estrambótica o la actuación más llamativa y si además es joven y guapo, tiene plus añadido en la prensa. Pues mire, que quieren que les diga. Para que lleven el rumbo del Estado y para solucionar la papeleta que tenemos, la guapeza no vale.
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