La palabra “Sahel” se puede traducir por “borde”, “costa” o incluso “frontera”; pero no frontera política, sino natural. La vegetación del Sahel es como una línea costera justo antes de llegar al mar de arena del Sahara. Pero no sólo es frontera ecológica, sino que también es una frontera étnica, porque viene a separar casi quirúrgicamente lo que se ha venido en llamar el “África Negra” del sur, del “África Blanca” del norte. El Sahel cubre total o parcialmente el territorio (yendo de oeste a este) del norte de Senegal, el sur de Mauritania, Malí, la parte sur de Argelia, Níger, Chad, el sur de Sudán y Eritrea. Está delimitado en el norte por el Sáhara y en el sur por la menos árida sabana. Se trata de una ancha franja de 1.000 km de ancho y de unos 6.000 km de largo, desde el Atlántico al Mar Muerto, de mar a mar.
Para entender parte de lo que está pasando allí es bueno saber que los habitantes de la región del Sahel se diferencian en varios cientos de grupos étnicos cuyo número exacto es difícil de precisar, ya que algunos se dividen a su vez en subgrupos y por supuesto valoran más – yo diría que únicamente- la pertenencia a una etnia por encima de la pertenencia a un país. Los riesgos internos surgen por tanto de las diferencias étnicas. También influye el hecho de que los tres países más importantes de la zona que son Mauritania, Mali y Níger, tienen una extensión total de 3.547.900 de kilómetros cuadrados (algo así como siete veces la extensión de España) y que para proteger ese inmenso territorio cuentan con unos efectivos militares y policiales de unos 28.500 hombres, pobremente equipados y mal entrenados; en la práctica y hasta la intervención internacional era casi imposible distinguir a un hombre armado al servicio del gobierno de Mali que a un terrorista de Al Qaeda en el Magreb Islámico. Esto hace que las fuerzas militares y policiales se limiten a vigilar las grandes ciudades y núcleos de población de cierta importancia con lo que el inmenso territorio del Sahel queda libre para los terroristas yihadistas, que hasta la intervención francesa obtenían pingües beneficios por dar protección al tráfico de estupefacientes, principalmente de cocaína procedente de Sudamérica, convirtiéndose en grupos narco-terroristas en muchos casos aunque su motivación última no es otra que acabar con sus enemigos, tanto los próximos: los gobiernos musulmanes “apóstatas”, como los lejanos: Los gobiernos occidentales, con la intención de crear un gran Gran Califato salafista.
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